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Productividad del agro requiere semillas nativas y certificadas
25 mayo, 2014

 

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Ambos tipos de semilla y toda la actividad humana detrás de ellas pueden coexistir sin ningún problema. Proponer la exclusión de cualquiera de las dos no tiene sentido y es un imposible desde la cotidianidad de la producción agrícola.

El año pasado, algunos sectores políticos iniciaron un debate en el que pretendían exigir el uso de semillas nativas y excluir las certificadas. Incluso, a través de redes sociales hicieron pública una denuncia contra la Resolución 970 del Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), que establece los requisitos para el control, producción, acondicionamiento, importación, exportación, almacenamiento, comercialización y uso de semillas en el país.

Debido a esta polémica, se suspendió la aplicación de la norma mientras se adelanta una consulta pública por parte del ICA. Sin embargo, siguen vigentes las leyes sobre semillas certificadas que se aplican desde 1976, las mismas que se disponen en todo el mundo.

Con el artículo “Experimentos sobre hibridación de plantas”, publicado en 1865 por Gregor Mendel en Anales de la Sociedad de Historia Natural de Brno (República Checa), nació la genética como ciencia y se plantearon las bases del mejoramiento genético de cultivos. En esta práctica, hibridación y selección son esenciales para optimizar las plantas, asimismo es importante el uso de diseños experimentales y herramientas estadísticas complejas.

Otras técnicas que se han usado para producir variedades e híbridos son la mutación, el cultivo de tejidos y el uso de ingeniería genética. Así, no solo se han realizado trabajos dentro de una especie, como los híbridos de maíz, sino que se han cruzado especies diferentes para originar híbridos interespecíficos, como el triticale, resultado del cruce entre trigo y centeno.

Propiedad intelectual 

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Debido a la dinámica del negocio, en 1961 se estableció en París el Convenio Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales (UPOV, por sus siglas en francés), con las respectivas revisiones en 1972, 1978 y 1991.

Bajo el respaldo de esta organización, las Autoridades Nacionales Competentes –ANC– (el ICA en el caso colombiano) pueden conceder un título de obtentor por 20 años a quien cree o descubra una nueva variedad (25 años para vides y especies forestales), si se cumplen las condiciones de novedad, distinguibilidad, homogeneidad y estabilidad.

Así se protegen los derechos de propiedad intelectual de empresas e investigadores que gastan muchos años y dinero en el desarrollo de una variedad. Por ejemplo, en Colombia se pueden emplear entre 4 y 6 años para sacar una nueva clase de arroz, con un costo entre los 2 y 4 millones de dólares. En el caso de especies forestales se requieren décadas de trabajo.

Todo ese esfuerzo se hace para que los agricultores tengan como base de su trabajo semillas mejoradas de calidad y alta producción. Con la aplicación del fitomejoramiento convencional en maíz se pasó de producir 5 toneladas por hectárea en 1950, a 20 en 1970.

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Fuente: www.agenciadenoticias.unal.edu.co

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