No cabe ninguna duda, muchos bienes de consumo están diseñados expresamente para que dejen de funcionar en una fecha determinada. Esta obsolescencia programada es un arma imprescindible para incitar al consumidor a cambiar de modelo, para que el consumo sea apreciado como algo estético y muy lejos de la teórica utilidad que se le debería suponer a muchos bienes y servicios. El debate sobre la obsolescencia programada está en auge en Europa y muchas asociaciones de consumidores y algunos políticos reclaman una legislación que tenga en cuenta esta “estrategia” comercial que fomenta la fabricación masiva de aparatos con el impacto medioambiental y de recursos naturales que acarrea.
Cada año se arrojan a vertederos incontrolados de África, Asia e India unos 50 millones de toneladas de residuos electrónicos. Estos residuos podrían ser controlados y, después de recibir un tratamiento sencillo, volver a utilizarlos. Sin embargo, se estima que en todo el mundo, aproximadamente el 75% de estos residuos desaparecen de los circuitos oficiales de reciclaje. Una gran parte acaba en vertederos de Ghana, Nigeria, China, India, Pakistán, Bangladesh, etc.
Estos residuos atraen a mafias internacionales debido a que contienen materiales como el oro, el cobre y el paladio, cuyo mercado paralelo no cesa de crecer. Las cifras económicas que mueve este tipo de tráfico superan ya a las de la droga. Los centros de reciclaje europeos, financiados mediante tasas ecológicas y medioambientales, no reciben más que un cuarto de los residuos producidos. El resto va a parar al mercado negro manejado por organizaciones internacionales que consiguen grandes beneficios económicos.
Estados Unidos es el primer productor mundial de residuos electrónicos (30 Kg. por habitante al año). Al no haber ratificado la convención de Basilea (la Convención de Basilea, firmada en 1989, prohíbe la exportación de residuos tóxicos, entre los que se incluye la mayor parte de residuos eléctricos y electrónicos, en cuyos componentes se encuentran metales como el plomo, el mercurio y el PCB), no está obligado a verificar y dar cuenta de sus exportaciones de residuos electrónicos. De esta forma, cada día llegan a Hongkong unos 63.000 contenedores atiborrados de material electrónico desechado que posteriormente formará parte del tráfico de materiales en China, donde existen pueblos enteros dedicados al tratamiento de esta marea tóxica y en los que se practican unas condiciones laborales inhumanas.
Fuente: www.ladyverd.es